Alberto Hijar *
…»Simultaneidad en la simultaneidad», llamó el teórico argentino Óscar Masotta a las conexiones sin sentido aparente, propias del happening. La liberación resulta un tránsito por el caos, sustituto del orden, con la esperanza de descubrirse como dador de un sentido que no puede ser más que colectivo para individualizarse, o no pasa de ser arbitrariedad subjetiva extrema. Tiempo transgredido, el acto artístico colectivo tendría que ser como el título de la revista de Negri, Futuro anterior, deconstrucción del no lugar de la utopía para hacerla viable. La utopía sirve para eso, para caminar, dice Eduardo Galeano, y Franz Hinkelammert precisa la ardua construcción del lugar que parecía imposible.
De la biopolítica hay las experiencias dadá, eternas como sentenciara Tzara, Fluxus y sus juegos, sus burlas a la acumulación ordenada de posesiones, montón de maletas en carro de supermercado cuyo espectador es sorprendido por la activación de un televisor con su sola presencia, como cuando, en un plácido hogar de la multitud, alguien pregunta sobre la programación en zapping, «¿qué hay?», para recibir la respuesta de «nada» y, sin embargo, el aparato se enciende y permanece. Cuerpo social-cuerpo individualizado, roto por Iris México que se empeña en jugar con el erotismo incluyente, más allá de la red electrónica, con su cuerpo voluptuoso y su timbre aniñado de voz, su caballera de colorido intenso inusual, sus provocaciones sobre los símbolos patrios en plena Cámara de Diputados, donde el presidente de la Comisión de Cultura y cantante de Los Joao, Constitución Política en mano, impidió la exhibición. Su exhibición, la de él, de la Cámara, de la Comisión de Cultura; la censura como exigencia cívica triunfó, gracias al afán de los fotógrafos de prensa trampeados por las exuberantes formas de Iris. La liberación como denuncia de los cuerpos represivos enfrentados a usos liberadores del cuerpo activador de la denuncia biopolítica no explícita.

(…) Antonio Negri plantea, en cambio, la dialéctica entre la resistencia, la insurrección y «la potencia constituyente del nuevo poder«. Aquí, en la articulación de sus experiencias prácticas por el poder obrero y las autonomías, es donde la teoría deja de ser narración débil. Aquel fantasma que recorría Europa en 1848, deja de serlo no sólo por la indiferencia de la multitud, contradicha, sino por su realización empírica en lo que James Haig -jefe del Comando Sur del ejército yanqui en América– llama «populismo radical», ése que no logró derrotar en la República Bolivariana de Venezuela, que está bajo control globalizador en el Brasil de Lula estremecido por los Sin Tierra, y en la Argentina de Kirchner, con la unidad imposible entre piqueteros, pequeños ahorradores rentistas y los obreros autogestivos que gritaron ¡que se vayan todos!, para luego ver impotentes cómo se quedaron todos, lo cual no impide las autonomías productivas de empresas recuperadas por los trabajadores ni la asombrosa organización del trueque. Populismo radical, el que logró deponer presidentes en Ecuador y Bolivia sin saber qué hacer después. Pero he ahí la evidencia del pueblo en lucha irreductible a sociedad civil o multitud, a pueblo a secas, como masa de explotados sin más historia que las gestas patrias ordenadas por el Estado y las epopeyas de la industria del espectáculo. Afirmar que todo esto es pura ideología retardataria en el fin de los Estados-nación, es seguir al Negri eurocentrista, para llevarlo a firmar la muerte sin fn de los pueblos sin historia, como llamaron los filósofos de la historia decimonónicos a los Estados-nación débiles, como el de México que le pareció a Engels tan irredento que bien merecía la invasión yanqui, mientras Bakunin soñaba una federación de pueblos eslavos que no prosperó.
La cuestión nacional actualizada parece punto a tratar en los asuntos generales sin consideración de Negri y sus compañeros de ruta. En este punto concreto se anudan las contradicciones del desarrollo desigual y combinado para exigir un tratamiento no lineal, como si no quedara más que el progreso positivista, la evolución de estadios sucesivos con rezagos superables y despreciables. Carlos Salinas de Gortari llamó «rezago histórico» a los indios de Chiapas en 1994,cuando debía empezar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Tuvo que corregir para no volver a usar el término, esperanzado en la extinción natural de los exluidos de siempre.
De todo y con esto, Toni Negri conmociona a los rancios y renacentistas paradigmas del Arte para procurar una dimensión estética absolutamente necesaria. Absolutamente necesaria por universal. entremos al caso ilustrativo: la obra musical y visual de León Chávez Teixeiro. Mucho más conocido como músico desde 1968, ganó en 1966 una mención en la fallidamente histórica Confrontación 66, donde el Estado acogió a un grupo intelectual comosmopolita, para enfrentar el nacionalismo socializante a la no figuración y el expresionismo de la llamada Generación de la Ruptura, empeñada en tapar el sol con un dedo. León Chávez, en los límites de su resistencia a ser usado por partidos para optar por su animación de movimientos, ha producido un repertorio, aparentemente cerrado, como «potencia constituyente de nuevo poder». Sus canciones recurren a dar nombre y apellido a los protagonistas de historias cotidianas de los trabajadores explotados, con una estrategia semejante a la de Carlos Mejia Godoy y los de Palacagüina, intelectuales orgánicos de la Revolución Popular Sandinista. Canta León: «Andrea Fernández, viuda de un infeliz, su abrigo verde raído, con su hija y su veliz», en una descripción biopolítica como pnto de partida de la narración de microfísicas del poder. «Julia Sánchez, hay que reírle al patrón y tragarse lo ofendida/ este mundo es un mercado y no le encuentras salida»; «Leónides viejo correoso/ sesenta años explotado/ pero el viejo no ha notado/ que en dos años lo jubilan/ que así lo manda la ley/ que el patrón lo desamarra/ porque ya no da ganancia/ le van a dar un dinero/ que se cuenta con los dedos/ ni pa’ pagar el agujero…» La resistencia acompaña la construcción del sujeto necesario para la alternativa histórica y social: «tuvo dos hijos Leónides, uno vicioso y cretino, el otro un asalariado, con ese tengan cuidado». ¿La clase obrera no existe?, insinúa León al mostrar cómo se extravían los trabajadores en la miseria extrema, en una vida cotidiana como la de «Ponciano Flores/ cinco hijos/ su mujer y la miseria/ en un cuarto amontonado/ todo en el mismo lugar/ recámaras/ comedor/ sala, cocina y un baño/ un cuarto para los niños y un salón para estudiar/ lo mismo se toma un trago que se planchan los hilachos/ se tiene que fornicar/ ¡qué educación de los Flores/ todo en el mismo lugar!» Vida circular y redundante, como en la célebre descripción del día habitual de las muejres más pobres: «abrió los ojos, cogió un vestido, se fue despacio pa’ la cocina», para seguir con la sucesión de tareas sólo interrumpida con el comentario de «se va la vida, se va al ahujero, como la mugre en el lavadero», y terminar gritando en medio de duros acordes de guitarra: «se va, se va, se va, se va», y concluir cortante: «se fue». Las letras de alto nivel poético, sin concesiones románticas, son todas sobre los trabajadores, sobre su historia, sobre sus lugares y objetos tan concretos como la lámina de «15 metros, 3 pulgadas, 8 octavos, dieciséis», que se desliza y corta al operador distraído por un cortón amoroso. El objeto triunfó al castigar la subjetividad. El trabajo improductivo está prohibido, pero de otro modo construye el cuerpo social con los cuerpos, como el de Julia Sánchez con sus «ilusiones sacadas de magazines». En la «ciudad despellejada, ciudad abierta como herida», las apariencias improductivas se comparten con el «compañero de agujero/ esto se está terminando/ derrumbando/ acábalo de tirar». Un mundo donde la conciencia de clase se perdió en el no lugar de los trabajadores manufactureros y de cadenas productivas, todavía necesarias pero fuera del poder de la robótica, y el imperio concretado en las comunicaciones electrónicas de alta velocidad para permitir transacciones de mercancia-dinero-mercancía inimaginables para los explotados reducidos a su mínima expresión humana. Todo esto sería retórica si no se comunicara con un canto grave acompañado de acordes complejos, y una voz que sube de tono para prolongar la nota y casi volver grito los acentos discursivos. El tiempo concreta una dimensión interpeladora con nombres, lugares y situaciones de los explotados, dichos por un cantor sin más atavíos que los de un trabajador cualquiera, con sus manos grandes y su rostro oculto por una gorra o un sombrero, que se mueven al compás del acompañamiento. «La potencia constituyente del nuevo poder» llama a la resistencia, a la insurrección, pero lo hace en los límites de audiencias no organizadas, solidarias con luchas obreras, campesinas, estudiantiles y magisteriales, integrantes de la multitud interpelada por quien es como ellos pero se distingue por decirles la verdad, para sufrirla como necesidad cumplida de que alguien se ocupe, al fin, de sus desgracias. La «patria fosa, patria de obreros en barata», confirma la inexistencia de patria que no sea «el odio al opresor», el dolor, el rencor compartido con el amigo para llamar al prójimo y decirle: «amigo ven, amigo ven, te voy a dar mi parecer». La interpelación dura más que el espectáculo y se queda como discurso memorizado y reproducido sorprendentemente por jóvenes cantores, narradores orales, coreógrafos y bailarinas, cineastas capaces de reproducir el profundo sentido del sujeto en construcción, que no se insurrecciona ni resiste más que con su corporeidad, al fin reconocida como ser social, como ser ahí.
(…) Hay una contradicción evidente en los medios enajenantes. El caso Michael Moore es el más destacado entre los miles de videoastas que han encontrado en esta tecnología el recurso testimonial necesario para alentar el contrapoder, mientras la mano invisible del mercado es incapaz de contener la socialización espontánea del copiado pirata de discos y videos. La frase-consigna de Marx del consumo como «un objeto para un sujeto y un sujeto para un objeto», adquiere un sentido liberador de la ley del valor, suprema ley de conversión de mercancía-dinero-mercancía. El que Moore, excelente conductor de la serie Awfull Truth, se haya enriquecido con sus películas no les resta contrapoder, a pesar de su reducción electorera más que electoral. Su impacto no deconstruye la multitud, la afirma y quizá igual ocurre con los testimonios de tantas y tantas luchas de resistencia contra la globalización incapaces de superar el fetichismo del Estado. Las autonomías crecen así como alternativa, no pueden oponer más que solidaridad comunitaria contra el imperio, pero la dimensión estética contribuye, de tiempo atrás, a liquidar los artecentrismos y esteticismos que Juan Acha repudiara como reducción de la artisticidad a lo sublime inefable sin más.
Un contrapoder nada silencioso deja de ser alharaca civilista y se politiza en el umbral de la crítica de la economía política, obstaculizada pro el civilismo y el comunitarismo, acechanza no sólo para los colectivos artísticos, acosados también por la autocomplacencia. Toni Negri y compañía han lanzado un alerta máxima, con alcance más allá del arte y los artistas que ya forman legión libertaria en y por la alternativa histórica y social, más social que histórica, al Imperio.
* Fragmento del ensayo «Arte, multitud y contrapoder», publicado por Alberto Hijar. 2005. Colección Abrevian. Cenidiap. INBA. México. ISBN 970-9703587 p.8 https://cenidiap.net/j/es/biblioteca-digital?id=245
* Espero que te haya gustado este artículo. Te agradezco un like, comentario, o compartir. También te invito a adquirir mis libros en Amazon Kindle.