La obra de Oscar Wong giró en torno a la escritura, la poesía, la musa; era como si él quisiera dejar un legado creando seguidores para el misterio de las letras. Vivía un poco de forma atemporal, entre el mundo de los romances medievales y los mitos, pero también tenía que resolver las gestiones contemporáneas necesarias para sobrevivir, que todos los humanos, aunque sean poetas, deben atender. Recibió el Premio Chiapas, una insignia que supuestamente brinda una mensualidad vitalicia, y «se otorga año con año, a aquellas personas que han dado todo su esfuerzo para fomentar la Cultura, Ciencias y Artes en sus diversas manifestaciones.» Era un hombre no muy alto, moreno, en ocasiones, su rostro redondo era iluminado por una sonrisa, en otras, se guarecía detrás de sus gafas, y en los últimos años tenía el blanco resplandor de las delgadas canas que confesaban sus muchas memorias y andanzas.

En los últimos años, muchos ganadores del Premio Chiapas se han quejado de que los pagos no llegan, y debido a la edad avanzada de algunos de ellos, y a que el gremio artístico en términos generales carece de prestaciones como una pensión, esto ocasionaba precariedades. José Ramón Guillén, publicó desde el 2016 en Chiapas Paralelo, que «El Premio Chiapas ha sufrido vaivenes de muy diversa índole. Se ha reconocido a destacadas personalidades de amplio curriculum y contrastado trabajo, pero también han existido etapas donde el amiguismo y los compromisos políticos.»
No es nada romántico ni «políticamente correcto» que a pesar de ser uno de los escritores más ilustres del estado, fuera uno de tantos creadores que viven en la precariedad; para ser específicos en un hotel, y sin seguro médico. Esta situación, aunada a que por causas de la pandemia también se vieron afectadas sus actividades impartiendo talleres o promoviendo sus obras, hicieron que por falta de atención médica de calidad y a tiempo, perdiera la vida a los 72 años, en diciembre 2020. Descansa en paz, poeta. Que tu alma plena de poesía vaya a aleccionar a otros seres en las maravillas del lenguaje.
Sería loable que cuando los gobiernos reconocen a los ciudadanos notables en artes y cultura, lo hagan de una forma que les brinde mayor seguridad, que les proteja para una vejez digna -pagos puntuales en la pensión, seguro médico, etc.-, no sólo porque muy probablemente aún nos regalarán más de su espíritu creativo, sino porque es en respeto y seguimiento a sus derechos humanos. Muchos opinan que a Wong aún le faltaban libros por escribir. Fue incansable; poeta, narrador, ensayista, estudiante de letras, burócrata cultural, colaborador de revistas y periódicos, becario en literatura y en ensayo, escritor de libros publicados, maestro, hijo, padre, abuelo y muchas cosas más, poeta chino-mexicano, reconocido y premiado numerosas veces, y seguramente recordado por muchos.
Lo conocí desde mi adolescencia, cuando quise aprender a escribir poesía ingresé a un taller que él impartía en Tuxtla Gutiérrez, la capital de Chiapas. Dicen que para ayudar a crecer a un árbol, hay que podarlo, y algo así fue lo primero que hizo. Le mostré un cuaderno con mis primeros poemas, y él tachó con una gran equis todas las páginas, y afirmó: -«Nada de eso es poesía, vuelve a empezar.» Tal vez era un día en que no andaba muy de buenas, o no muy pendiente de las metodologías apropiadas en pedagogía. Como soy un poco terca, eso no me desanimó en mis acercamientos a las letras. Años después, volvimos a encontrarnos, en esta ocasión, en la Ciudad de México. Él vivía en un departamento en la avenida Cuauhtémoc, y yo contraté algunas horas para recibir su asesoría en corrección de estilo de un epistolario en que trabajé por años, titulado «Amor, @mor». Él leyó una conmigo y otra vez mis textos, párrafo a párrafo, señalando cómo mejorar la gramática, la redacción, el ritmo, evitar cacofonías, lugares comunes, etc. Aprendí a ganar claridad y confianza. Cuanto terminamos de revistar el texto, me dijo: -«Ahora debes publicarlo, uno no escribe para guardar las cosas sólo para sí mismo.» Es cierto; uno debe publicar, compartir… A veces, uno supone que la vida es eterna, o más larga, pero los días se convierten en meses, en años, en lustros y décadas con más velocidad de la que uno quisiera. Ahora mi maestro ya no está al alcance de las redes sociales, o de una llamada telefónica. Es el momento de agradecer todo lo que nutrió en mi amor por la escritura, y desearle la mayor cantidad de bendiciones en su viaje. Gracias, gracias, maestro del Wongasterio, bendiciones de luz que te acompañen y conforten. Hasta siempre.
Bendiciones de Amor, Gracia y Trascendencia
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Gracias.