Amor, @mor
Sí, está vez he perdido el número de nuestras cartas. ¿Cómo llevar la cuenta de los besos, las lenguas, los perfumes y las humedades compartidas? Lo único que no olvido es a ti, que permaneces en mi piel y en mi corazón. Recuerdo, con el final como inicio, nuestro más reciente encuentro. Nos amamos en la complicidad del luminoso ómphalos, discreto borde de la taza de té.
Tu boca, disimulando el deseo cuando me llamas desde tu oficina. Tu boca, seductora cuando preludias nuestro encuentro, y pareciera que estamos solos en este escenario de cientos de personas que celebran y brindan. Tus labios húmedos, que me invitan a jugar con ellos, aunque calles, o aunque digas hasta luego, porque la herida de tu ausencia es benigna y breve, porque tus palabras son el amor que anida en mi aliento.
-Gracias. -Te dije.
-¿Por qué?
-Por ti.
Entonces tu cuerpo se cierra sobre el mío para dormir el universo breve de los amantes. Puedo ver un brillo orgásmico en tus ojos al besarte de la rodilla al ombligo, en un lento y serpenteante ascenso de lamidas, mordidas y tiernos roces de mis labios en tus vellos, y en ese vestuario de carne de ti que deseo. Tomo el té caliente apoyada sobre mis codos, a tu lado, en la cama después del amor, y antes del amor, y siempre amor.

Alguna vez José Antonio Farrera me llevó a ver un cuadro suyo colgado en el Museo de Arte Moderno. La obra en gran formato en tonos blancos, óxidos y negros tenía al centro una rudimentaria representación de una taza. No recuerdo bien el título pero era algo así como «Sexo».
-En nuestras sociedades, tanto como en las antiguas, el hombre pide a la mujer en matrimonio, o en casamiento, ofreciendo la seguridad de la taza. La taza simboliza el alimento, el hogar, y con ello, habrá sexo. -Comentó Farrera en relación a su obra.
-Sin embargo, el color de tu pintura es árido como un desierto dominado por los guerreros de Seth, el dios egipcio de la guerra y la muerte. Me recuerda las cuevas de Altamira y la sangre seca de las heridas. -Repliqué.
-He estado interesado en la violencia intrafamiliar, y una de las cosas que me han sorprendido es que la plancha es -creo- el elemento más utilizado para agresiones domésticas. Que pueden resultar severas no sólo por el peso del objeto sino por las quemaduras. -Agregó.
-Tu pintura refleja el interés que tienes tanto en la sexualidad como en la violencia doméstica, ojalá no sea profética, y cuando te cases tus relaciones sean más armónicas. -Farrera rió de mi observación, y murmuró un breve -Gracias.
Y con todo y que disfruto una taza de té en tu hogar, y contarte algunas anécdotas de colegas pintores, aún ignoro el lugar de los electrodomésticos, y la mayor violencia en nuestros encuentros es la interrupción de los mismos. Espero la llegada del té mientras visualizo como luzco sobre tu cama; vestida únicamente con las medias humo de liga ancha con encaje, mi vello púbico teñido de rosa y cortado en un breve rectángulo, mi torso cubierto del pulóver negro que usaste hoy, y mi largo y rizado cabello revuelto tras el amor, antes del amor, y siempre amor, enmarca un rostro ya sin maquillaje pero con un tono de piel rojizo que es la huella y el preludio de ti. Y esa plenitud en el pecho, de saberte en mí y viceversa. Sí, confío en que nuestro amor te conmueve tanto como a mí, en que tus orgasmos son más que físicos, son el sueño, la imaginación y la pregunta que da origen a universos. La certeza en ti es la fe en el misterio del amor, ilusión que deseo mantener por el tiempo que alimentemos esta flama.
Beso tus ojos, el espacio entre ceja y ceja, entre ceja y cabello, entre mentón y nariz, entre tus labios… Me aferro a tu boca con un ansia suave, de orgasmos simultáneos y sonrisas plenas de luz. Recuerdo la conmoción de tu rostro bienvenido entre pliegues de sábanas, senos y el carmín de mis labios. Nuestra agitación provoca delirios eyaculantes. Me he aprendido el contorno de tus tetillas, de tu ombligo y de cada uno de los vellos en tu entrepierna. Placentera lección de anatomía, o simplemente el recordar tu territorio y mapas que parece conozco desde siempre, y también significa el reconocimiento de mí misma. Mis pupilas adivinan tu desnudez por más ropa que te cubra, porque en cada instante tengo presentes nuestros orgasmos cómplices, multiplicados por la memoria que los procura y acaricia. Sí, deseo que incrementemos esta cuenta, hasta confundir nuestros sentidos e invadir los recuerdos, la vigilia, el sueño, las múltiples dimensiones o realidades en que existimos abrazados fervorosamente. Sí, somos amados, somos bendecidos por la resurrección que el amor causa en nosotros, que nos hace renacer en la voluptuosidad de los sentidos. Somos fuente que desborda en torrente y océano, guiados por la intuición para ser uno con todo. Somos la calma y la paz de los domingos en el parque de cerezos. Somos la magia y fortaleza del amor que nos envuelve en ternura y provocación. Somos, juntos, el rostro del amor.
Te pido que te recuestes boca arriba, para sentarme sobre tus caderas, tu mirada recorre el camino de mis ojos a nuestra unión, para sonreír con el vaivén de mi pelvis y tomarla entre tus manos. Me quito el pulóver con tu aroma, que se ha impregnado en mi piel, y llevo tus manos a mis senos. Y el amor es una secuencia de posturas en las que desnudos; danzamos. Recostada frente a ti levanto mis piernas cruzadas, y sin una palabra, vienes en la penumbra hacia mi interior. Tu penetración constante y rítmica seduce no sólo mi vagina, sino también la cualidad femenina de esta noche. Un dulce fuego electriza ese prosaico pero delicioso gusto de frotar nuestros sexos, de combinar cadencias y respiraciones.
Me has pedido cogerme por atrás, te pregunto si te gusta. -¿Está rico mi coñito?
-Muy rico, el mejor, quiero cogerte. -Contestas mientras tus manos guían mis movimientos.
-Mi conejito también quiere que lo cojas.
Te encuentro en la cocina preparando nuestras infusiones, al ver mis curvas bajo la transparencia de mi falda, olvidas la tetera eléctrica para comer de mi boca, acariciar mis caderas y hacerme caminar de espaldas hacia tu habitación. Con una sonrisa, retiras mi vestido y sostén, contemplas y besas las curvas entre mis senos y el ombligo. Aaah! Me abrazas y acaricias mi cabello. Dejo caer mi torso en tu pecho, vestida únicamente con las medias, y me penetras moviéndote bajo de mi cuerpo. Y levanto mis caderas un poco más, entonces me sostienes y abordas con nueva fuerza.
Al cruzar la puerta de tu casa sabemos que el espacio acoge nuestro deseo. Después de un breve comentario en relación al arte en tus paredes, vamos directamente a tu cama. Me siento y me quito el abrigo, recibo tus besos, procuro darte largas pero me arrinconas hacia la pared rozando con tus dedos la piel entre mis medias y la tanga. Corazón, no necesito tocarte para saber de tu erección, levanto tu suéter para besar tu ombligo, desabrocho tu cinturón y me sorprendo besando tus caderas como quien siempre ha vivido ahí; a tu sexo le comienza a estorbar tu dorada y elástica ropa interior; lamo tus muslos y te pido una taza de té.
Conduces y admiras mis medias de reojo. Desvió tu mano de su recorrido entre mi liga y tanga rosa, para tomar tus dedos entre los míos. Accedes con una sonrisa pero me adviertes que aún no haz comenzado.
Tomo el pequeño perfumero de mi bolso, y coloco unas gotas en mi cuello y otras detrás de tus orejas.
-Vas a oler a mí. -Susurro a tu oído.
-Eso suena prometedor. -Me dices al tiempo que besas mi mejilla.
Después de amor, y antes del amor, y siempre amor, ¿será una taza de té un buen comienzo?
Amándote.
Iris Aggeler
Gracias. Bendiciones de Amor, Gracia y Trascendencia
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