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Alerta Simbólica y Amorosa Redención

Vamp Iris Atma Ra

🌙🗡 En una noche en la Colonia Guerrero, el sueño se vuelve trinchera. Entre gemelas, cuchillos y vigas, la protagonista decide no huir. #RelatoOnírico #FicciónPsicológica #Simbolismo 👉 ¿Qué tan real es el miedo que soñamos?

Alerta Simbólica y Amorosa Redención. Vamp Iris Atma Ra. AtmaUnum.com
Alerta Simbólica y Amorosa Redención. Vamp Iris Atma Ra. AtmaUnum.com

I. Violenta Liberación o Alerta Simbólica

Es de noche, en la Colonia Guerrero en la Ciudad de México. Estoy dormida, soñando que sueño; como un desdoblamiento en que despierta, puedo observarme a mi misma descansando. Veo las cortinas verde y morado, la habitación de muros rosa, el closet en madera barnizada en color vino, anciano y lastimado, ubicado de pared a pared. Me veo dormir entre edredones, en un colchón a ras del piso. Escucho voces que vienen de la otra habitación.

Me recorre el temor, presiento la amenaza, sueño que despierto; y empiezo a actuar en primera persona. Sigilosamente me asomo por la cerradura de la puerta. Están ahí, no recordaba que existieran, son mis hermanas, las gemelas. Su físico me recuerda a una amiga lesbiana; son delgadas y morenas, con el cabello en capas, visten jeans oscuros, botas urbanas negras, camisetas pequeñas y chamarra ajustada. Tienen algo agresivo y las facciones angulosas.

Mi cuarto está a oscuras y ellas están en una habitación iluminada. Mis ojos no se acostumbran fácilmente a las luz, pero puedo escucharlas claramente. Ellas lo saben; mi madre vendrá por mi.

Espero a quedarme sola nuevamente. Sólo así me atrevo a cruzar la puerta. Tengo miedo, y no quiero ser vista. Recorro la casa, y la analizo cual campo de batalla. El estudio está lleno de papeles, cajas, libros… inofensivos. Los únicos muebles son un restirador, una mesa y algunas sillas. El tocador está en la cocina, sobre él se despliega una impresionante colección de cuchillos: de carnicero, de campismo, dagas, cimitarras árabes, antiguas espadas españolas, machetes. Arman un desfile agresivamente hermoso: largas, ondulantes, con picos en el canto, en el filo, en la punta, con vetas coloridas, engalanadas con grabados, incrustaciones. Entonces volteo a las ventanas, imaginé el cristal roto al lanzarle botellas, dejarlas abiertas y arrojar focos que estallen en el patio para alertar a los vecinos. ¿Qué sonido llamaría más la atención en caso de que necesite pedir ayuda? Aunque lo más probable es que a mayor estruendo, más se encerrarán en sus casas.

Estoy asustada, a la defensiva; no deseo morir. Debo procurar protegerme. No puedo salir de aquí. No voy a huir, debo enfrentarlo porque no soy una cobarde. Ahora me pesa estar sola. Ni siquiera tengo ayuda de los vecinos. Nadie va a salir por mí, he pasado desapercibida. La soledad me ha vuelto frágil.

Pienso en su llegada, la espero. Continúo revisando la casa, busco que los cuartos estén vacíos o que aparezca algo. Pienso que cualquier persona o cosa puede salir de los rincones, del closet, de la cama. El cuarto de literas y el baño están vacíos. Cada vez que me asomo tras una puerta, una cortina, presiento lo peor; mi corazón salta. Al regresar al estudio me doy cuenta de que las paredes crecieron, están más gruesas. Apareció una viga de madera que atraviesa el centro de la puerta como una tranca gigantesca. En la parte inferior hay un guardapolvo metálico. La puerta no parece ser de un departamento sino de un castillo feudal. Han germinado cerrojos y candados. Desaparecieron los muebles, los libros, los dibujos y las pinturas. Sólo tres alfombras enrolladas y dispuestas en pirámide habitan el vacío.

Justo ahí cae, sobre las alfombras, con el cráneo abierto, el cerebro de mi madre que se resiste a morir. Intenta alejarse de la furia que me posee. No sé porque tomé el arma del carnicero. No me provoca placer estético esta arma, pero sí tengo cierta satisfacción, placer, al ser la guerrera que vence. Sin embargo, me envuelve el negro vacío.

Llega el lucero de la mañana, el sol reclama la tierra. Despierto poco a poco, tenía las imágenes del sueño reciente como un anuncio fosforescente en mi memoria… Bostezo y permanezco inocente.

II. Redención de Luz

Una lluvia suave musicaliza esta noche, la oscuridad se siente ligera. Resulta agradable el sonido de las gotas en las ventanas, mientras tecleo relatos en el ordenador. Terminó una pequeña historia y me siento satisfecha con el resultado. Me encuentro tranquila, serena. He aprendido a tomar mi vida tal como es, acepto lo que es con sus virtudes y defectos. Así, mi espacio, aunque es el mismo que antes, tiene otro pulso, otro ritmo. Las cortinas respiran con suavidad, como si el viento las acariciara tiernamente. Los muros son pacíficos, y el mobiliario tiene una presencia confortable. Los tonos cálidos de la madera incluso parecen tener un brillo de alegría.

Antes de dormir, escucho una meditación de la flama violeta para la sanación del alma. Este pequeño ritual me ayuda a tener un sueño más profundo y reparador. Inicio mi viaje hacia los brazos de Morfeo. Sueño que voy hacia la estancia. Pienso que hace tiempo que no me encuentro con las gemelas. Observo dos sillas vacías frente a una pequeña mesa con una taza de café humeante y un pay de nuez. Me siento, contenta por disfrutar del bocadillo.

Cuando llevo los trastes a la cocina, encuentro dos grandes plantas tropicales florecientes. Me agrada la visión. Podría jurar que escuché incluso música coral y cantos de aves. Mientras lavo la taza aprecio la ornamentación en la porcelana. Me recuerdan algunos símbolos de la geometría sagrada. Esto me lleva a visualizar las muchas ocasiones en que he practicado estas imágenes como leitmotiv en mi obra.

Un maullido me hace recorrer el lugar buscando al felino. Encuentro una pareja de gatitas, una blanca y una negra sobre las alfombras al centro de la sala. Me observan con sus ojos luminosos y tenemos un breve diálogo con “miaus”. Entonces me siento observada, y volteó con curiosidad. Se trata de mi madre. Me observa con cariño, es joven y anciana a la vez, como si todas las versiones de ella se hubieran fundido en una sola. Está sentada en un sofá y me invita a acompañarla.

—Te soñé armada —dijo—, después desperté y vi que no era más que una ilusión.
—Tu guerra era mía —respondí—. Pero entendí que no necesito esa herencia. Elegí el amor, y he aprendido a cultivar mi paz.
—Ya veo que no está tu colección de espadas -continúo-.
—Cierto, ahora prefiero coleccionar herramientas de escritura, ¿has visto mi escritorio? Me siento orgullosa de mi colección caligráfica.

Ella asintió con una breve sonrisa.

-¿Te gustó el café? -me preguntó-.
-Sí, también las nueces, muchas gracias -afirmé, entendiendo que ella había dejado la mesa servida.
-Es bueno, me agrada que te guste -dijo, mientras suavemente colocó su mano sobre la mía.

Luego, como niebla matinal, desapareció. Creo que volvió a ese lugar desde donde me bendice, mientras navega por las múltiples corrientes de la vida de ser nieta, hija, esposa, madre, abuela y muchas cosas más. Sé que mi madre es bastante más de lo que puedo nombrar o agradecer.

Siento que aquí, mis ángeles, el espacio, mis acompañantes felinas, todos respiramos sensibles y algo conmovidos. Es como si el universo en esta ocasión estuviera feliz por nuestra existencia. Poco a poco, entra la luz del alba por las ventanas, como una revelación amorosa.

El día me encontró en paz.
No desperté inocente.
Desperté libre.

Comentarios con relación al relato

I. Es una pieza intensa y emocionalmente compleja, potente, cargada de simbolismo. con un tono onírico que la vuelve fascinante. Iris Atma utiliza el suspenso psicológico con un ritmo suave. Posee un tono introspectivo que recuerda la escritura de Clarice Lispector o Mariana Enríquez, con un enfoque en el cuerpo, el miedo y lo doméstico como escenario de lo siniestro.

Presenta la exploración de la identidad y el trauma desde un universo simbólico y fragmentado, donde el hogar deja de ser refugio para transformarse en campo de batalla. A través de una narradora que se desdobla entre el sueño y la vigilia, se expone una angustia existencial profundamente arraigada, con figuras femeninas ambiguas (las gemelas, la madre) que oscilan entre lo familiar y lo amenazante. La casa, con sus muros cambiantes y cuchillos desplegados, se convierte en extensión del inconsciente: un laberinto donde lo reprimido cobra forma.

La muerte simbólica de la madre alude a un acto de liberación violento, casi ritual, que pone en cuestión los vínculos de poder, sangre y destino. La figura de la guerrera que vence, aunque brevemente satisfactoria, no ofrece redención, sino un estado de alerta constante. El despertar final, “inocente”, ¿es olvido, negación o renovación? El relato abre preguntas sobre la resiliencia psíquica, la sombra femenina y los ciclos de violencia heredada.

II. La segunda parte de la historia es un delicada joya literaria en un tono confesional y onírico que condensa una profunda travesía interior. Es una transfiguración simbólica, una alquimia narrativa que transforma el trauma en sabiduría, el miedo en ternura, y la armadura en belleza. La narradora deja de ser vigilante de su casa interna, de su psique, y se convierte en habitante consciente de su paz. Si antes el hogar era campo de batalla, ahora es nido cálido, espacio sagrado. Los objetos, las plantas, las mascotas lucen brillantes, porque reflejan el alma restaurada de quien los convoca.

Desde una perspectiva jungiana, el texto funciona como un ritual de individuación: el yo ha reintegrado sus sombras (las gemelas), ha desactivado los símbolos de lucha (las espadas), y ahora se permite en diálogo amoroso con la madre. La figura materna aquí no es antagonista, sino una luminosa ancestra, portadora de ternura, legado símbólico y reconciliación. Su juventud y vejez fusionadas evocan el arquetipo de la Gran Madre Total, aquella que no hiere ni exige, sino que acompaña sin poseer.

El relato sacraliza lo cotidiano gracias a una prosa amorosa: el café compartido, los diálogos con las aves y los felinos, la taza ornamentada. Son pequeñas epifanías donde lo divino se filtra suavemente, como una bendición en los detalles. La geometría sagrada en la porcelana conecta lo doméstico con lo cósmico. Las gatitas en blanco y negro son una poderosa imagen del equilibro entre polaridades.

Con el cierre de la historia: “El día me encontró en paz. No desperté inocente. Desperté libre”, la autora condensa una revelación espiritual. Ya no necesita la inocencia como escapatoria del dolor. Ha atravesado la noche del alma, y desde ese cruce —no negado, sino asumido— emerge la libertad auténtica.

III. En conjunto, esta combinación de relatos forman una obra transformadora: un ciclo femenino de sombra y luz, lucha y dulzura.

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